El pueblo ha sido habitado desde la época prehistórica.
El Torno, He oído hablar de este pueblo…
La historia de El Torno se remonta a tiempos inmemoriales. El pueblo ha sido habitado desde la época prehistórica, prueba de ello son los útiles de piedra como hachas y puntas de lanza que se han encontrado por la zona así como las tumbas antropomorfas de las fincas del Mojigato, Romanejo o Prado Camacho, todas de la Edad del Hierro.
Los romanos también dejaron aquí su impronta. Todavía se pueden recorrer las mismas calles y caminos que ellos recorrieron hace de siglos. El término municipal del pueblo era atravesado por un camino secundario de la Vía de la Plata que unía Cáparra con Ávila. Las columnas halladas en la finca Romanejo son otros ejemplos de su legado. Por su parte, el paso de los árabes también sigue latente a través de restos en los cerros de la Butrera y Viñazos.
No será hasta la Alta Edad Media cuando nazca nuestro pueblo tal y como lo conocemos. Entre finales del siglo XII y principios del XIII, los montañeros procedentes del reino de León, dedicados al pastoreo, fueron atraídos por las condiciones de estas tierras y decidieron asentarse aquí. El nombre elegido para el pueblo fue El Torno en referencia al instrumento empleado para trabajar la madera.
Guerra de La Independencia
La Leyenda del Tío Picote
En 1809, la invasión de los franceses dejó marcadas huellas en El Torno. La quema que sufrió el pueblo durante la Guerra de la Independencia queda reflejada en la «Leyenda del Tío Picote» escrita por J. García Morgado.
Cuenta la leyenda: «A la salida de misa, un domingo de Agosto de 1809 llega a la plaza un destacamento francés al mando de un sargento, que exige, con gran premura, la entrega de seis arrobas de vino al señor alcalde, negándoselas éste alegando que todas las existencias de vino se las había entregado a las tropas españolas de Cuesta.
El Sargento se insolenta replicando con malos modales al tono comedido del alcalde, que pretendía evitar que los vecinos se enterasen y se organizase un alboroto. Sin embargo, los torniegos se fueron arremolinando al ruido de las crecientes voces. El suboficial francés termina dando un culetazo en el pecho de la primera autoridad torniega.
Un hijo de éste, aún pequeño, vengó el golpe, dando una certera pedrada en la boca del sargento. El pueblo se abalanzó sobre los insolentes enemigos, matando alguno, haciendo prisioneros a otros y persiguiendo a pedradas a los pocos que lograron escapar. Se festejó la victoria. Temerosos de la airada acción de Soult, se juntaron a deliberar los vecinos: unos querían entregar a Soult los prisioneros, pero otros no se fiaban de él.
En medio de las vacilaciones se escuchó una voz decidida de mujer, que acusaba a los hombres de cobardes por no querer luchar y que aseguraba que las mujeres se bastarían para defenderse. La animosa moza era hija del conocido popularmente «El Tío Picote», a quien se encomendó la estrategia de lucha. Siguiendo el plan trazado, un puñado de mozalbetes se adelanta a espiar la llegada y alarmar a los que se situaban en Los Canalones, paso obligado de la cañada; éstos estaban pertrechados de los fusiles capturados al enemigo.
El resto de los hombres y mujeres se armaban rudimentariamente de hoces, hachas y palos. Los niños, viejos e inservibles se refugiaron el La Picotilla, portando ajuares y víveres. Pronto se comunica la subida de una importante tropa de dragones. Cuando llegan a la altura de Los Canalones, y al ver la viña sazonada de sabrosos frutos, colocan los fusiles en pabellones y se abalanzan sobre los racimos maduros.
De un disparo cae el comandante de la escuadra, que cuando quiere tomar sus armas cae abatido por la sorpresiva hueste del Tío Picote. Por medio del Corregidor Placentino, se concertó la entrega de prisioneros al Mariscal Francés quien promete en falso no atacar más al pueblo. En Plasencia Tío Picote y los torniegos son aclamados.
Pasados un par de días Soult, incumpliendo su palabra decide tomar venganza contra quienes le habían humillado por dos veces. Manda la mejor de sus divisiones con la orden terminante de no dejar piedra sobre piedra en El Torno. Enlaces placentinos alertan a los torniegos, que se echan al monte antes de la llegada francesa.
Al atardecer del 24 de agosto de 1809 llegan al lugar, y aprovechando el lino puesto a secar, lo utilizan como teas para prender la población por diversos puntos, resultando 219 casas destruidas. Aprovechando la humareda, los bravos torniegos se desquitan sangrientamente en los franceses que encontraban. El Tío Picote con un puñado de valientes torniegos, formó una partida guerrillera, en la que militaba su aguerrida hija.»